India 2013, Capítulo 13: Paseo en elefante
Dejamos atrás el Palacio de Jaipur para dirigirnos al
campo Rajput (llamado así en honor a una casta guerrera hindú que se definían
como descendientes del sol, la luna y el fuego) en las afueras de la ciudad con
el propósito de realizar un breve safari -palabra que significa “viaje” en
suajili- en elefante y almorzar al término de esta actividad.
Cabe mencionar que Jaipur es famoso por la
celebración anual del Festival del Elefante que coincide con el Holi o fiesta
de los colores. El 19 de marzo, los elefantes marchan en una multitudinaria
procesión, muy vistosa y fotogénica, acompañados por bailarinas y músicos que
realizan cantos y danzas tradicionales. Son característicos los jinetes y
acompañantes, con sus impecables turbantes rojos. El sonido de las trompetas
(llamadas “bankiya”) ofrece una atmósfera única. Los elefantes, que siempre son
hembras, caminan majestuosos, engalanados con joyas, flores, palanquines,
pinturas de colores y telas. No en vano el elefante ha sido un símbolo de la
realeza y un bien muy preciado para los maharajás. A veces incluso se unen al
desfile otros animales, como caballos o camellos. También participan en
espectaculares deportes, como carreras de elefantes, partidos de polo o incluso
peleas de elefantes, para las que en ocasiones son vestidos de guerra, con
caparazones o armaduras como las que antaño presentaban en las batallas.
Para ponerles en contexto sobre los elefantes
indios, les cuento que son más pequeños que los africanos pues alcanzan 2 a 3.5
metros de altura frente a los 2.7 a 4 metros de sus parientes del continente
negro. Tienen la cabeza abombada, orejas más pequeñas y redondeadas que no
cubren los hombros, espalda arqueada y cola proporcionalmente más larga, aunque
también coronada por un penacho de pelos negros, los únicos de longitud
considerable en su piel dura, gruesa y correosa. No todos los elefantes presentan
colmillos aunque, si los tienen, son largos y de buen tamaño en la
mayoría de los machos; las hembras con frecuencia carecen de ellos. De longitud
en la cabeza y el cuerpo miden de 5.5 a 6.4 metros y la cola alcanza de 1.2 a 1.5
metros. Los pies de sus patas delanteras tienen cinco dedos en forma de pezuña,
y los de las patas traseras, cuatro. Les
comparto una foto del elefante de madera que trajimos de recuerdo del safari.
A pesar de sus 5 toneladas de peso, los elefantes
indios se mueven con relativa agilidad y de forma bastante segura, incluso en
terrenos montañosos. La velocidad promedio de la marcha es de 5 a 6 kilómetros
por hora, aunque pueden correr a más de 40 km/h si se asustan o enfadan. Son
buenos nadadores. Los elefantes salvajes viven en los bosques tropicales
asiáticos, donde se alimentan de una amplia gama de hojas y frutas, en manadas
compuestas por hembras (entre las que se encuentra una más vieja, la matriarca,
que dirige el grupo), sus crías y a menudo un macho viejo, acompañado
ocasionalmente de otro joven. La mayoría de los machos, sin embargo, abandonan
el grupo cuando llegan a la adolescencia y llevan a cabo una vida solitaria,
acercándose solamente a las manadas de hembras cuando perciben por infrasonidos
que una de ellas desea reproducirse. Entonces los machos compiten entre sí, y
el que resulte vencedor se aparea con la hembra en caso de que ella lo acepte
(cosa que tampoco sucede a menudo). Después de 22 meses nace una única cría cuyo
periodo de lactancia dura hasta los 5 años, aunque puede seguir a la manada a
los 3 ó 4 días de nacer y hacia los 6 meses ya comienza a ingerir materia
vegetal. Las crías son vulnerables a los ataques de los leopardos y
especialmente de los tigres, por lo que los integrantes de la manada cooperan
para no perder de vista a los más pequeños.
El elefante indio ha sido domesticado desde tiempos
muy antiguos y se utiliza para transportar carga o personas. Formaron parte importante
de las tropas de Ciro el Grande, Alejandro Magno y Pirro de Epiro, entre otros
reyes de la antigüedad. Hoy en día se les puede ver en espectáculos circenses y
en safaris turísticos como el que nosotros tomamos. Tristemente, los elefantes
se reproducen rara vez en cautividad, por lo que la gran mayoría de los domesticados
fueron capturados ya adultos. El método tradicional para hacerlo es el kedah,
de origen indio, en el que los hombres rodean una manada y la van empujando
hacia un redil de madera, donde separan los individuos más interesantes y
devuelven el resto a la selva. Los individuos escogidos son encadenados a un
árbol y aislados mientras se habitúan a la gente. Unos días después reciben la
visita del mahout (montador de elefantes), sentado inicialmente sobre otro
elefante domesticado, que comienza su adiestramiento. Pasará un tiempo antes de
que los elefantes permitan al mahout sentarse sobre su lomo y posteriormente
sobre su cuello, momento a partir del cual ya son totalmente dóciles y
obedientes.
Los elefantes indios son profundamente respetados en
Oriente como símbolo de salud y fuerza. El dios Ganesh del hinduismo tiene
cabeza de elefante; en el budismo, los elefantes blancos son sagrados porque se
dice que la madre de Buda, Maya, quedó embarazada de él tras soñar que un
elefante albino se introducía en su matriz (yo más bien diría que tuvo una
pesadilla, pero ahí cada quién). Este respeto se ha visto acrecentado por el
hecho de que los elefantes indios pueden captar infrasonidos y vibraciones del
suelo, lo que les permite alertar de uno de los frecuentes terremotos que se
abaten sobre su zona de distribución antes de que los humanos sospechen
siquiera que vaya a producirse. Antes de que el gran tsunami de las navidades
de 2004 se estrellara contra las costas de Tailandia, los elefantes que
formaban parte de una excursión turística "lloraron" según sus
cuidadores y, agarrando a los turistas con la trompa los subieron uno a uno
sobre su lomo para después huir tierra adentro, salvándoles la vida. ¡Yo quiero
adoptar uno para tenerlo en mi oficina en caso de sismo!
Llegando al campo, nos presentaron a Laksmí, la
elefanta que nos daría un paseo de 30 minutos. A fin de que Laksmí –llamada así
en honor de la consorte eterna del dios Visnú, y diosa de la belleza y de la
buena suerte- no nos viera con desconfianza, procedimos a ofrecerle plátanos.
Inocentemente, yo pregunté si debía pelar la banana antes de dársela, a lo cual
el guía sonrió de buena gana y me dijo, “no te preocupes, se la comerá con todo
y cáscara”. Acto seguido, acerqué la fruta a su trompa y gentilmente la tomó
para llevársela a la boca y comérsela entera en un santiamén.
Mi hermana hizo
lo mismo y después de sacar algunas fotos, nos condujeron a una plataforma a
fin de facilitarnos subir al palanquín colocado en su lomo. El conductor de Laksmí nos instruyó pacientemente
sobre cómo acomodarnos y nos dio un paraguas
a cada una pues los rayos del sol estaban fuertes. Una vez seguras de no
caernos, proseguimos a dar el citado paseo. La plataforma no es muy cómoda pero
el viaje resultó placentero. A mitad del camino, el conductor amablemente nos
sacó una foto de recuerdo que aquí pueden ver.
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