viernes, enero 24, 2014

Renuncia a tu egoísmo y encontrarás la paz. ~Sri Guru Granth Sahib

India 2013, Capítulo 5: El Templo Dorado



Después de un breve recorrido en auto desde el hotel, nuestro guía local nos condujo hacia la entrada principal del complejo donde se encuentra el Templo Dorado, visitado diariamente por un promedio de 100,000 personas. Antes de llegar, pasamos por un puesto callejero para adquirir una especie de paliacate con el símbolo Sij que debíamos utilizar para cubrirnos la cabeza, que más que hacernos ver como fieles peregrinos nos hizo parecer fans de Harley Davidson. Llegando a la entrada del complejo, dejamos zapatos y calcetines en custodia pues al ingresar debes purificar los pies en agua de una pileta especial y permanecer descalzo durante toda la visita.

Vista del complejo y sus guardias sijes
Ya en traje de carácter, nos adentramos al complejo llamado Gurdwara. Dentro del mismo se encuentra el Museo Central Sij y varios santuarios dedicados a gurús, santos y mártires sijes. Asimismo, hay tres árboles benditos que conmemoran eventos históricos de esta comunidad y varias placas con inscripciones honrando a los soldados sijes que murieron en la primera y segunda guerras mundiales. 

No existen restricciones de acceso, excepto por la observancia de las normas de conducta básicas como cubrirse la cabeza, no usar zapatos, vestirse de manera modesta, ser prudente, sentarse en el piso como muestra de respeto al Adi Granth -la escritura sagrada de los sijs, y que es considerada por ellos como el actual gurú o guía espiritual- y a Dios, no beber alcohol, comer, fumar o drogarse.
El Harimandir Sahib o “Templo de Dios” que guarda la sagrada escritura  es una edificación mediana de tres niveles, ubicada en medio de un estanque artificial llamado "piscina de néctar”. Seguro recuerdan que ése es el significado de Amritsar, el nombre de la ciudad que lo hospeda… aunque realmente la ciudad fue nombrada así por el estanque.
Vista del templo dorado rodeado del amritsar
Alrededor del amritsar se encuentran edificios totalmente blancos, lo cual ayuda enormemente a que el dorado del templo brille más y se refleje en el agua, creando un efecto óptico asombroso. La arquitectura del templo en sí es única ya que la base de su edificación está un nivel por debajo del terreno firme que lo rodea. Esto tiene el propósito de ser una lección de humildad pues hay que agacharse para entrar. Asimismo, cuenta con cuatro accesos – norte, sur, este y oeste- simbolizando que personas de cualquier creencia, nacionalidad, sexo, color o raza son igualmente bienvenidas. La armónica mezcla de elementos musulmanes e hindúes es considerada uno de los mejores ejemplos arquitectónicos del mundo, tan influyente que se dice que creó una escuela sij independiente en la historia del arte indio.
Después de admirar el complejo, como buenos visitantes, nos formamos en la fila junto con los peregrinos -los sijs deben viajar a este templo al menos una vez en la vida- para cruzar un puente que conecta el complejo exterior con el templo. Este puente se utiliza diariamente para llevar el libro sagrado desde un lugar seguro en uno de los edificios exteriores al templo por la mañana en una ceremonia al amanecer, y devolverlo, con otra ceremonia, al anochecer.  Al llegar al templo, el guía nos explicó que la base está hecha de mármol de Macrana (cantera cercana a la ciudad de Jaipur de donde también se extrajo la materia prima del Taj Mahal) y tiene incrustaciones de piedras preciosas. La parte superior, está recubierta de oro (de ahí lo “dorado” del templo).
El templo en sí no es muy grande. En el nivel principal se encuentra un gurú dando lectura el libro sagrado de forma continua, rodeado de fieles que expresan su fervor con cánticos. Su lectura se traduce al hindi, al inglés y al sánscrito y se puede seguir a través de una espectacular pantalla de plasma fuera del templo, a la vista de todos los visitantes.

El interior del templo está exquisitamente adornado y la vista desde la parte superior es increíble. Los peregrinos llevan a cabo rituales de purificación con distintos instrumentos o se sientan respetuosamente a escuchar al gurú. El ambiente es totalmente tranquilo y gentil; te inspira a quedarte un buen rato, cerrar los ojos y meditar… es una experiencia difícil de describir pero que llena el alma.
Al salir del templo, procedimos a cruzar el puente de regreso para probar la “santa comunión sij” que consta de la repartición de una preparación pastosa de semolina y piloncillo bastante rica, servida en hojas de alguna planta; luego, acudimos a probar agua pura (conste que sí lo era porque nos refrescó sin hacernos daño alguno).

Y cuando yo pensaba que eso era el ritual final de la visita, el guía nos llevó a un espacio dentro del mismo complejo, que fue lo que más me sorprendió. Nos explicó que el mantenimiento del templo se realiza exclusivamente por mano de obra de sijs voluntarios, con fondos provenientes de donaciones hechas por los sijs de todo el mundo. Pero no solo se usa el dinero para el mantenimiento físico del complejo, sino que el templo opera 24 horas, siete días a la semana todo el año, un comedor gratuito para los peregrinos que lo visitan.

Voluntarios preparan los ingredientes, cocinan menús que cambian cada hora, sirven la comida, lavan los platos… para unas 45,000 personas al día. ¡Y es todo un espectáculo! Primero visitamos lo que yo insistí en llamar “mega tortillería india” donde se cuecen un infinito número de “chapatis” (tipo de pan indio).

Enseguida, vimos largos corredores donde muchos voluntarios pelaban ajos, zanahorias, lavaban lentejas, cortaban cebollas… todos sonrientes y platicando, al mismo tiempo que trabajaban arduamente.
Después, vimos el comedor donde la gente estaba sentada tranquilamente en el piso a que los voluntarios gentilmente les sirvieran en platos de metal. Por último… lo que yo más le huyo en la vida cotidiana: ¡voluntarios lavando verdaderas montañas de platos y utensilios!
 Con mucha curiosidad pregunté a nuestro guía si el comedor era exclusivo para los sijes peregrinos y con amplia sonrisa me respondió: “Aquí todos son bienvenidos. Si tienes hambre, sólo tienes que sentarte y esperar a que uno de mis compatriotas te sirva. Por supuesto, puedes devolver el favor trabajando por los demás una vez que tengas el estómago lleno.” 

Honestamente, esta experiencia me hizo admirar al templo más allá de su belleza arquitectónica o su importancia religiosa… ¡me hizo verlo como un ejemplo viviente de cómo las acciones dicen más que las palabras! ¿A ustedes no?  
 
Próximo capítulo: En la vida todo es cuestión de perspectiva y el bizarro cambio de guardia en la frontera con Pakistán...



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