viernes, marzo 28, 2014

Para descubrir la inmensidad de las profundidades divinas, se impone el silencio. ~Proverbio Hindú

India 2013, Capítulo 18: Las calles de Varanasi

 

Después del épico recorrido por el Ganges, Haram nos llevó caminando justo por la calle de atrás del crematorio principal en dirección al templo de Shiva. A mí me asombró que, a pesar de nuestra cercanía con un crematorio funciona 24/7 los 365 días del año y puede quemar hasta 30 cuerpos de manera simultánea, no se percibía ningún olor desagradable. El guía nos mostró las básculas que se utilizan para madera de cremación; nos explicó que hay reglas para la venta. La calidad y cantidad de combustible depende de la constitución física del difunto y de la casta de la familia a la que pertenece.

Varanasi es una ciudad muy antigua y por tanto sus calles son como un laberinto que esconde un sinnúmero de pequeños templos dedicados a las distintas manifestaciones del dios hindú. Porque los hindúes creen en un solo dios, lo complicado es que éste se manifiesta en más de 300,000 formas. Qué les digo… si yo ya tenía problemas con 365 santos y 11,000 vírgenes, esto es demasiado para mi memoria de tres metros. La verdad es que sólo hay que aprenderse unas cuantas de estas manifestaciones: las realmente populares. Las figuras principales son: Brahma, el creador; Vishnu, el preservador y Shiva, el destructor. Cabe aclarar que este último no es el malo del cuento, al contrario, destruye lo malo para que lo bueno pueda aparecer. Shiva es el patrono de Varanasi y se dice que ama la ciudad y la considera su hogar.
 

Recorrimos algunos de los callejones de la ciudad y nos encontramos peregrinos caminando descalzos de bajada hacia el Ganges. Haram nos explicó que es porque la ciudad es santa y así honran el suelo que pisan – con todo respeto, no sé si me animaría a caminar entre la basura y las gracias bovinas. Observamos a un hombre muy concentrado leyendo sánscrito y varios nichos con diversas manifestaciones –Kali, Ganesha, etc. Una cosa curiosa es que algunas estatuas estaban pintadas de naranja; Haram nos explicó que es el color de la buena fortuna. Otra cosa que nos llamó la atención fueron las suásticas… por supuesto en occidente siempre se relaciona con el movimiento nazi y no es bien visto; sin embargo, en India es un poquito diferente y es el símbolo de la prosperidad… inclusive algunas chicas indias llevan por nombre “Suástica”. Lástima que los nazis arruinaran algo tan bello y tan antiguo dándole un significado tan oscuro. 
Subimos hasta una tienda muy tradicional cerca del templo de Shiva. Haram se quedó cuidando nuestras pertenencias. Nos advirtió que no podríamos sacar fotos ni entrar al templo sino que lo veríamos desde afuera por medio de una pantalla y un espejo y que además tendríamos que sufrir una revisión un poco pasada de tueste por parte de una señora no muy amiga de los turistas no hindúes. Nos hizo acompañar de un pequeño guía local con quien hicimos un breve recorrido para encontrarnos con puestos de venta de ofrendas de flores, velas, agua, incienso, collares de cuentas y demás que los peregrinos llevan al templo. Mi hermana olvidó dejar un cargador de su cámara así que nuestro amigo el guía local salió disparado a dejárselo a Haram en la tienda… lo bueno es que no estaba lejos.

Dimos un muy breve y respetuoso vistazo a la parte exterior del templo y a los fieles que lo visitan e iniciamos el camino de regreso. Antes de llegar a la tienda, el guía local nos hizo detenernos para ver, también de lejos, una antigua mezquita islámica que justo es vecina del templo de Shiva. Si no pudimos visitar a Shiva, ver la mezquita de cerca era imposible pues sólo admiten musulmanes. Lo que sí es de notar es que el lugar estaba lleno de soldados pues siempre tienen miedo a que los fanáticos islamitas y los hindúes armen una trifulca. Me recordó a Jerusalén donde el Muro de los Lamentos y la Cúpula de la Roca conviven en un ambiente no demasiado amigable. En fin, humanos somos y nomás no entendemos que cada quien tiene derecho de creer en lo que mejor le parezca.

Al lado de la tienda donde dejamos nuestras cosas había un señor vendiendo todo tipo de té, por supuesto con nombres muy familiares como darjeeling o chai así que de regreso en la tienda, nos dieron té con masala –deliciosa mezcla de especias cardamomo, clavo, pimienta, anís estrellado, jengibre y canela- en unas pequeñas tacitas de arcilla que los hindúes usan como vajilla desechable. Así, tal cual, beben el té y rompen la taza en el suelo… por supuesto la arcilla simplemente se combina con la terracería y ¡listo!  es lo más biodegradable que he visto en mi vida.  
Nos quedamos un largo rato descansando y preguntando todo lo que pudimos acerca de los productos y las tradiciones. Por supuesto salimos de la tienda cargadas con distintas esencias, unos costalitos de  masala, varios tipos de incienso, madera de sándalo y, una pequeña estatuilla de Shiva.  Otra curiosidad que trajimos fueron collares hechos con semillas que parecen cuentas pero dice la tradición que son lágrimas de Shiva. Haram mandó a nuestro pequeño guía local al templo a bendecirlas y nos las colocó en el cuello al mismo tiempo que nos ponía un poco de pasta de madera de sándalo en la frente y nos hacía prometer nunca portarlas mientras comíamos carne. Resulta que la vaca es el vehículo de Shiva así que ¡seguro frunciría el ceño al ver el trato que le damos de este lado a su mascota favorita!

Nuestra adquisición más interesante fue una miniatura del “linga” que los hindúes adoran como la representación de la unión de lo masculino y lo femenino por ser el inicio de la creación… digamos que en occidente sería como si representáramos físicamente el big bang. Es tan sagrado que lo fabrican en cualquier cantidad de materiales; sin embargo, el más buscado es el cristal puro que se vende por peso… carísimo.

Próximo capítulo: La Universidad de Varanasi 

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