China 2012, Capítulo 15: Leshan y su buda gigante
El programa de nuestro segundo día en
Chengdú fue visitar al gran Buda de Leshan: la estatua esculpida en piedra de
Buda más alta del mundo. Por tanto, nos dirigimos con Jane y el Sr. Wang a dicha
ciudad de Leshan, cuyo nombre se traduce literalmente como “montaña feliz”, a una
distancia aproximada de 260 kilómetros.
En el camino nos detuvimos a cargar gasolina
y a disfrutar de un jardín en medio de una zona de cultivos de té. Una leyenda
en una pared decía “El siglo 21 es la era del resurgimiento de China y también
el momento de la globalización del té chino”… he de darle la razón.
Después de la escala, retomamos la
carretera y durante el recorrido Jane nos mostró una aldea donde los edificios
tenían grandes dibujos de las distintas posiciones del tai chi. Nos contó que
los pobladores son famosos por practicar esa rutina todos los días y por beber
grandes cantidades de té del lugar… y que curiosamente, en promedio, son
bastante más longevos de lo esperado y se conservan en excelentes condiciones
físicas y mentales.
Al fin llegamos a Leshan y nos
encontramos con dos opciones: la de recorrer a pie el sitio donde se encuentra
la gran estatua, o tomar un barco para verla desde el rio, de frente. Por
recomendación de Jane, elegimos la segunda y nos fuimos directamente a tomar el
transporte.
La gran estatua está tallada en un
acantilado que se encuentra en las confluencias de los ríos Min Jiang, Dadu y
Qingyi. La escultura está frente al monte Emei mientras el agua de los ríos corre
por los pies de Buda. Los hombros miden 28 metros de ancho y el más pequeño de
los dedos del pie es suficientemente ancho como para que se pueda sentar en él
una persona. Un dicho local dice: La montaña es Buda y Buda es la montaña. El
origen de esta frase está en el hecho de que la montaña en la que se encuentra
el gran Buda (vista desde el río) tiene una silueta que recuerda a un Buda
tumbado.
Se concibió un sistema de drenaje
interior para impedir la erosión fluvial. El Buda tenía a su cargo hacer más
lentas las mareas, proteger los barcos e impedir la inundación de la aldea
vecina. La construcción se inició en el año 713 y estuvo dirigida por un monje
llamado Haitong. Este monje esperaba que Buda calmara las aguas turbulentas que
destrozaban a los barcos que navegaban por el río. La estatua fue completada
por sus discípulos 90 años más tarde. Parece ser que los restos de roca
resultantes de la construcción se fueron depositando en el río lo que alteró la
corriente, convirtiéndola en más segura para la navegación.
La vista del Buda es increíble… a pesar
de saber de antemano su tamaño, honestamente es portentoso. La impresión se
maximiza porque el barquito recorre la orilla del río y el Buda permanece
oculto justo hasta que das la vuelta y “te lo topas”. Puedes comparar
perfectamente su tamaño versus los turistas que recorren el sitio a pie y es
verdaderamente impresionante.
Después de sacarle multitud de fotos,
volvimos al muelle para ir a almorzar en la ciudad. Jane nos llevó a un
restaurante tradicional donde probamos –¡lo juro!- una versión de huevos a la
mexicana que estaba bastante buena. Además, descubrimos un té distinto hecho
con granos de trigo y que Jane cariñosamente nos presentó como “el té que sabe
a galletas” y que es, por supuesto, el favorito de los niños de la región.
No
vimos mucho de Leshan pues iniciamos el camino de regreso a Chengdú; sin
embargo, si nos asombró la cantidad de enormes tiendas de marcas de lujo tipo
Cartier o Louis Vuitton que ni siquiera en la Ciudad de México existen… y eso
que la población de Leshan no pasa de los 3 millones de habitantes.
El camino de regreso fue muy tranquilo
y, como no teníamos nada más programado, Jane nos recomendó visitar el “Parque
del Pueblo” en Chengdú por la tarde, y nos propuso asistir a un espectáculo
folklórico tradicional por la noche, amén de recomendarnos un restaurante local
para comer al día siguiente y ponerse de acuerdo con nosotros para hacer un
tour extra en la ciudad por la tarde, antes de llevarnos al aeropuerto para
tomar nuestro vuelo a Guilin. Por supuesto tomamos nota de todo y nos
dispusimos a vivir una aventura más en esta ciudad que para entonces se había
vuelto nuestra favorita en el país.
Siguiente capítulo: Comer estuvo en
chino
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